Dice Nietzsche que lo que se hace por amor acontece siempre más allá del bien y del mal.¿Qué extraño significado tendrá el amor para Nietzsche? ¿Qué nos está sugiriendo con su "mas allá del bien y del mal"?
Amores, obviamente, hay muchos pero sólo el verdadero amor acontece más allá del bien y del mal. ¿Qué es el bien y el mal? La moral. Por tanto el amor nunca es un asunto que tenga que ver con el deber ni con la conciencia moral, tiene que ver con aquello que está más allá del bien y del mal, como los sentimientos o como los deseos.
Para extraer algunas conclusiones interesantes para nuestra vida práctica vamos a analizar como se vive cotidianamente el amor en las relaciones de pareja, en que medida en interviene la moral, cuándo y cómo se mezcla la moral y las obligaciones con los sentimientos, los deberes con los deseos, cual es la zona en la que el amor nace, se desarrolla y crece.
Cuando uno se pone en pareja o se casa, tiene la vaga convicción de que se casa para siempre o por los menos tiene la expectativa de que dure lo máximo posible. En cierto sentido uno también se impone la obligación de estar para siempre con esa persona, se obliga a sí mismo a querer para siempre a la otra persona. Uno de los problemas del amor es que parece que es más serio y más maduro, que viene adherido con el "para siempre" o "eterno". No en vano nuestra institución matrimonial lo establece como precepto y como su principio fundamental. Pero ¿se puede vivir con este amor? ¿será este el verdadero amor que está más allá del bien y del mal?
Desde otro punto de vista podríamos decir que nada es para siempre. Ni esta mesa, ni este sol, por muy sólidos o por muy duraderos que parezcan, no son para siempre, porque en algún momento terminarán derrumbándose. El amor supuestamente eterno también algún día se derrumbará. Por eso el problema es saber qué significado tiene ese "para siempre" en la práctica, en qué influye en la vida de la pareja para que pueda o no afirmar y mejorar esa relación, y en qué medida también podemos mejorar nosotros mismos, vivir con más plenitud. Si lo que queremos decir con amor eterno es que la mayoría de las personas permanecen unidas en el amor durante un lapso bastante largo de tiempo es obvio que ese amor eterno es una idea falsa. Lo que tratamos de cuestionarnos siguiendo a Nietzsche es lo siguiente ¿en qué medida la idea del amor eterno me ayuda a vivir mejor?
Más allá de las facilidades legales que existen hoy para separarse o divorciarse, culturalmente estamos condicionados por la idea del amor eterno. Hay, por lo menos, tres ideas actualmente muy ligadas al amor de pareja: el amor como pasión (el amor romántico), la sexualidad como sinónimo o como expresión de ese amor, y el ideal moral de que el verdadero amor debe ser para siempre. Además nuestra sociedad vive obsesionada con el tema, porque sabemos que el amor está estrechamente ligado a la constitución de la familia, la crianza de los hijos, la trasmisión de los valores, toda nuestra organización social (y hasta económica) se centra en el amor.
Pero veamos como surge y también como se desarrolla generalmente ese amor de pareja.
En el proceso de conocimiento entre dos personas de distinto sexo se vive siempre al comienzo de toda relación un momento en el cual esas tres ideas tienden a cumplirse: pasión, sexualidad y la obligación de comprometerse "para siempre". Una vez que se cierra, o que se termina ese período de deslumbramiento (o de obnubilación como lo llaman algunos psicólogos) período que puede durar unos meses, tal vez un año ¿qué es lo que queda? Dice Nietzsche también que "a menudo la sensualidad apresura el crecimiento del amor, de modo que la raíz queda débil y es fácil de arrancar".
Cuándo emergen los primeros sinsabores ¿cómo reaccionan los amantes? Normalmente los miembros de la pareja (o ex-pareja) no advierten estas primeras rupturas como un desajuste natural y normal, sino que se culpan a sí mismos como causantes voluntarios de esa falta de pasión. Se reprochan mutuamente de la falta de atenciones ("ya no me quieres", "ves que ya no me considerás como antes", "antes no hacías lo mismo"). ¿Qué queda entonces cuando falta la pasión (e incluso la sexualidad)? Queda la obligación de seguir manteniendo el amor "para siempre", queda el deber (moral), la conciencia de cumplir con lo que supuestamente está bien, la obligación de cumplir con el amor para siempre, reforzada por aquel momento mágico de deslumbramiento, por la sexualidad (cuando la hay), por los recuerdos de los momentos vividos, y por la obligación de seguir con la crianza de los hijos y las tareas cotidianas.
El ideal del "para siempre" que antes parecía ser el motor, el movilizador, de la relación, ahora se transforma en el cuestionador de la misma relación. Incluso a veces se utiliza como argumento para condenar la conducta del otro cuando no coincide con aquel proyecto inicial o con el fin último al que debería tender toda la pareja. Algunos prefieren que se rompa, otros mantienen la relación, aunque sienten que por dentro ya está muerta. Sin embargo en ningún caso se cuestiona "el concepto del amor", la idea supuestamente incuestionable de que el amor, si es amor, solo puede ser para siempre.
Pensar desde el inicio que el amor es para siempre, puede resultar gratificante, y hasta estimulante para muchos, pero en la práctica no hace más que sujetar los deseos a condiciones que o son superfluas o son represivas y asfixiantes. Cuando están dadas de antemano las condiciones para un amor maduro, el "para siempre" no agrega nada, cuando no existen esas condiciones el "para siempre" nos obliga inutilmente a mantenernos en una situación en la cual nos perjudicamos mutuamente. No sólo no conviene pensar el amor para siempre, por el contrario, en un sentido estricto, esa conciencia es la negación del verdadero amor. Querer que el amor sea para siempre también puede querer decir que la otra persona no cambie, es una manera de sujetarla a mi poder, a mi dominio, de manera de hacerla previsible. Llevada al extremo la idea de que el amor es para siempre puede dar lugar a una relación de sometimiento. El amor para siempre me obliga a anteponer una actitud de control con respecto al otro y de rigidez con respecto a mis sentimientos. Después de pasado el tiempo de la obnubilación, se fija la personalidad de la pareja según las características deseables, la idealización inicial y se la juzga desde ese lugar para controlarla por medio de la culpa y el arrepentiemiento. Se entra en la zona o en la representación del bien y del mal, en la zona del juicio moral, de la compasión, del sufrimiento y de la pena.
¿Y ahora qué? ¿será que el amor eterno es una idea errónea y también una trampa que nos impide desarrollarnos íntegramente? ¿puede el amor pensarse o constituirse sin un "para siempre"? Aunque sea inalcanzable ¿tendrá que seguir siendo un "ideal" el amor eterno? ¿o es una idea inmadura acerca del amor? Fácilmente pasamos de creer en el amor a no creer en absolutamente nada luego de un desengaño ¿Superaremos esta prueba del nihilismo? ¿es contradictorio pensar en un amor efímero? ¿existe un amor más allá del bien y del mal?
A Nietzsche le gusta pensar en la idea de que el amor es el resultado del azar, que el amor no se busca, se encuentra, y que sólo se fortalece en el juego, cuando se mantiene en una zona alejada de la seriedad de la vida cotidiana. Esa primera etapa es tan mágica porque justamente está trazada por esas dos coordenadas, porque resulta del conocimiento de dos personas que se sentían ajenas, y que circunstancias inesperadas ayudaron a juntar, pero que además se animan a exponerse mutuamente con sus cuerpos, con sus experiencias. Esa primer etapa del amor es como un empezar de nuevo, un arriesgarse a ver qué pasa con el otro y también con uno mismo.
La vida cotidiana y la convivencia en general en vez de reforzar esas condiciones basadas en el azar y en el juego, nos propende a colocar al amor junto con otras obligaciones. Así es normal que vayamos poco a poco burocratizando la relación. Incluso las mismas actividades que antes realizábamos por el puro gusto de hacerlas, por pura espontaneidad, las vamos formalizando, las repetimos vaciadas de la mirada orginal. ¿Cómo recuperar esa primer mirada original del otro cuerpo? ¿Cómo recuperar la inocencia de un nuevo comienzo?.
El amor que nace de la debilidad se autoimpone el "para siempre" como condición previa y exigencia, cuando en realidad el "para siempre" debería ser el resultado de la fuerza desplegada y no su condición. Sostener el amor eterno depende de las posibilidades concretas de cada persona, del desafío y del riesgo asumido en cada relación y en cada circunstancia. El amor eterno pretende comprar lo que no se puede, asegurar lo que no se puede. Impone condiciones que sólo pueden llevar a malograr una relación, sujeta el deseo a una condición represiva e ineficaz.
La vida va transformando ese amor inicial inocente, lo pretende transformar en un fin para otras cosas: tener hijos, comprarse una casa, o "hacer feliz a otro". Pero el amor no tiene sentido, ni justificación, es absurdo, ilógico, irracional, inexplicable, está más allá de toda conciencia que pretenda imponerle determinaciones morales o racionales. Se ama porque sí, y se deja de amar porque sí. Hay que recuperar el juego como la principal dimensión que nos hace humanos y el amor es ante todo un juego. Nos dice Nietzsche "el juego, lo que es inútil, puede ser considerado como ideal del hombre sobrecargado de fuerza, como cosa infantil." El amor como juego, como actividad esencialmente extramoral, amoral, irresponsable. El amor carece de fines, es un fin en sí mismo.
El amor auténticamente maduro nace de la fuerza, implica riesgo, se basa en el cambio, exige renovarse día a día, entra en una zona distinta, donde se privilegia el juego, la creación, la innovación con respecto a uno mismo y al otro. Este amor necesita de la inocencia, del olvido y del desconocimiento del otro (e incluso de uno mismo). Es un amor sin fundamento, resultado de la falta de finalidad, del azar y del juego. ¿Quién eres? podría ser siempre una buena pregunta para empezar a jugar al amor. Diría Nietzsche que el amor se juega en eterno retorno de las mismas preguntas, pero de un retorno sin culpas, de un olvido sin huellas, de un reencuentro sin motivos, de un tú y un yo que se confunden, que se ignoran, que se sospechan, que se sienten más extraños cuanto más se creen conocer. Ése quizás sería un amor que siempre está más allá del bien y del mal.
Amor y capital cultural
El contenido de este Blogg trata sobre el amor en pareja con la intencionalidad de ser explicados desde los conceptos de Capital Cultural de Pierre Bourdieu; sin embargo no se limita a esto si no a darle un enfoque científico y filosófico para ampliar el conocimiento de este tema.
viernes, 12 de abril de 2013
martes, 9 de abril de 2013
¿Qué tan modernos somos? El amor y la relación de pareja en el México contemporáneo.
La modernidad es definida como una
época que conlleva un cambio histórico que altera la relación
tiempo-espacio y que lleva a las personas a actuar en forma diferente
en el ámbito de lo social, lo económico y lo político; pero también
implica una configuración de la personalidad individual, como lo expone
Antony Giddens, que se supone desligada de los lazos tradicionales, en
donde hay una definición particular del yo, una visión y uso del
cuerpo y posibilidades concretas de elección, en donde el individuo
puede aparentemente escoger sobre los diversos aspectos que componen su
vida personal. Es por eso que los cambios en las relaciones de pareja
se identifican comúnmente con la modernidad.
Desde esta perspectiva, las formas de vida moderna
trastocaron todas las formas tradicionales del orden social y alteraron
las características de la vida cotidiana; en la modernidad vivimos a
un ritmo más acelerado, hacemos múltiples actividades, no nos
identificamos plenamente con un grupo, una clase o una actividad.
Además, se supone tenemos una amplia gama de cuestiones que podemos
elegir, desde el estilo de la ropa que usamos, el trabajo que
realizamos, los pasatiempos favoritos, las amistades, etcétera. En las
relaciones de pareja las consecuencias de la modernidad son muy claras.
Baste mencionar, por ejemplo, la diversificación de los tipos de unión
entre las que podemos escoger para formalizar una relación: unión
libre, sociedad de convivencia, matrimonio civil o religioso (o ambos),
vivir separados pero ser una pareja formal, o ser una pareja informal y
salir además con otras personas. En épocas anteriores, las relaciones
de pareja estaban marcadas por tres etapas: una de coquetería y
galanteo que se realizaba bajo la estricta vigilancia de los padres;
otra de noviazgo formal, en la que ya se suponía un compromiso de
matrimonio, y el matrimonio. En la actualidad, existe además una etapa
en la cual las personas pueden “probar” entre diferentes opciones;
mientras que mi abuela tuvo un esposo del que nunca fue novia y con el
que pasó toda su vida, mis sobrinas adolescentes tienen frees,
han tenido un par de relaciones no formales, uno que otro novio formal
y para nada piensan en el matrimonio. La modernidad es en este sentido
una época en la que se borran los límites establecidos y se dibujan
otros. Para percatarnos de lo mucho que han cambiado las cosas, en
nuestra ciudad por lo menos, basta con pensar que el rasgo más “normal”
de la pareja ha desaparecido: ahora está formada también por dos
hombres o dos mujeres. Pertenecemos al grupo de ciudades cosmopolitas
que reconocen legalmente las uniones homosexuales.
En la modernidad, y más claramente en lo que Giddens
llama modernidad tardía o segunda modernidad (referida a un periodo en
que las características y consecuencias de la modernidad se
radicalizan), las personas se encuentran inmersas en circunstancias
particulares que les permiten preguntarse sobre su identidad y
construirla desligada de los procesos rituales tradicionales (crecer,
casarse, tener hijos, mantener a la esposa, cuidar del hogar), según
sus vivencias e intereses.
Para caracterizar este tipo de relaciones,
eminentemente modernas y desligadas de la ritualidad tradicional,
Giddens utiliza el concepto de “relación pura”. Las relaciones puras
son cualquier tipo de relación (de pareja, de trabajo, entre amigos o
vecinos) que se establece porque las personas así lo quieren y que
permanece mientras ambas partes obtienen una satisfacción. Es decir, en
cuanto la relación deja de ser útil o de proveer bienestar para una de
las partes, ésta termina. Las relaciones puras, referidas
específicamente al ámbito amoroso y de las relaciones de pareja, se
llaman de amor confluente. Este tipo de amor es un amor contingente,
activo, y no se considera “para siempre” ni único. Además, supone que
la mujer y el hombre se encuentran en igualdad de condiciones en la
relación, ambos deben cuidarla y hacerla crecer en lo emocional; el
amor se desarrollará y se mantendrá siempre y cuando ambas partes lo
deseen. Incluye además la realización del placer sexual recíproco y el
desarrollo de las habilidades sexuales.
El amor confluente puede existir realmente sólo en
las sociedades donde cada persona tiene la posibilidad de elegir lo que
quiere ser y qué quiere hacer; no supone una vida sexual ortodoxa, no
es exclusivamente monógamo ni se identifica sólo con las parejas
heterosexuales.
Un amigo que acaba de contraer matrimonio me comentó
hace algunos meses: ”la verdad no sé si Marce es la persona que voy a
amar toda mi vida, eso es mucho tiempo y pueden pasar muchas cosas.
Pero la amo ahora y creo que vale la pena intentarlo”. Si éste es el
panorama general, podríamos pensar que en la medida que cada uno puede
hacer lo que le venga en gana, ¿qué posibilidades de funcionar tiene
una relación amorosa?, ¿se han vuelto las relaciones algo desechable?,
¿es verdad que cada uno puede elegir sólo lo que le gusta?,
¿efectivamente vivimos en una sociedad en donde las parejas son más
equitativas? En suma, ¿qué tan modernos somos en cuanto a nuestras
relaciones de pareja?
Para responder esta última pregunta se pusieron a
prueba las hipótesis sobre la modernidad de Giddens. Para esto
entrevisté nueve parejas, cada una correspondiente a un tipo por su
edad y escolaridad. Siguiendo la teoría, se propuso que la edad
correspondería al cambio supuesto, mientras que la escolaridad sería
indicador del capital cultural y económico —categorías creadas por el
sociólogo francés Pierre Bourdieu.
Para medir el capital cultural de los entrevistados
se utilizó primeramente el grado de escolaridad, pero también otros
indicadores como si tenían libros, cuadros, música o juegos de mesa en
la casa de los padres, las actividades que hacían además de las
escolares, sus preferencias en cuanto a lecturas, música, películas,
programas de televisión, espectáculos preferidos (teatro, cine,
conciertos, museos, exposiciones, ferias, circo, etcétera),
pasatiempos, deportes, actividades realizadas en el trabajo, paseos y
viajes, religión y partido político.
El capital económico se midió con el ingreso mensual
y las propiedades materiales de cada entrevistado: automóvil, casa o
departamento, si son propios o rentados, si alguna vez habían tenido un
crédito para vivienda o no, zona en donde viven, viajes realizados
durante la infancia y los efectuados en pareja, lugares preferentes de
consumo de mercancías como ropa o artículos personales, capacidad
económica para costear cierto tipo de consumo cultural, lugar de
trabajo y puesto, educación en escuelas públicas o privadas, y
prácticas en la familia como tipo de alimentación, si comen fuera y en
qué tipo de lugares, los pasatiempos que practican y en dónde,
etcétera. Así, se entrevistaron parejas de tres generaciones distintas y
con niveles de escolaridad variables que fueron clasificadas como
baja, media y alta.
La escolaridad se consideró baja cuando el
entrevistado tenía desde el primer grado de primaria hasta la
secundaria terminada, media de haber cursado algún semestre de
preparatoria hasta una carrera técnica terminada, y alta con
licenciatura, maestría o doctorado. La edad estuvo clasificada en tres
generaciones: los nacidos en la década de los treintas o cuarentas, que
actualmente tienen entre 60 y 79 años, se consideraron edad alta; los
de las décadas de los cincuentas y sesentas, con una edad entre 40 y 59
años, de edad media; y aquellos entre 1970 y 1990, con una edad entre
19 y 39 años, como edad baja
(ver
cuadro 1).
Pareja
|
Escolaridad
|
Capital
Cultural
|
Capital
Económico
|
Tipo de Pareja
|
Edad alta
|
|
|
|
|
Gabriel, Yolanda
|
baja | bajo | bajo | tradicional |
Gustavo, Elena
|
media | alto | alto | tradicional |
Francisco, Ana
|
alta | alta | alta | tradicional |
Edad media
|
|
|
|
|
Alfonso, Gloria
|
baja | bajo | alto | en transición |
Diego, Inés
|
media | alto | alto | en transición |
Mauricio, Claudia
|
alto | alto | alto | nuevo tipo |
Edad baja
|
|
|
|
|
Iván, Mayra
|
baja | bajo | bajo | tradicional |
Arturo, Lidia
|
media | bajo | bajo | tradicional |
Ricardo, Mariana
|
alta | alta | alta | nuevo tipo |
Cuadro 1. Parejas entrevistadas.
|
Un nuevo tipo de pareja
Con base en lo anterior se planteó lo que he llamado
un “nuevo tipo de pareja”, que tiene que ver con la modernidad y la
segunda modernidad, y que en la ciudad de México presenta rasgos
particulares, ya que se observa una reestructuración de las relaciones
amorosas que se refleja en una multiplicidad creciente de situaciones
de pareja. Para desarrollar esta propuesta se analizaron las
definiciones de amor, confianza, fidelidad, etcétera, de varias
parejas, y en qué confluyen o difieren de la propuesta de Giddens en
cuanto al paradigma de relación moderna. La intención es explicar la
afectividad (específicamente en las relaciones de pareja) desde la
sociología, en tanto que ésta va cambiando según épocas históricas,
condiciones sociales, económicas y culturales, como se puede apreciar
en las diferencias entre parejas “tradicionales” y las del “nuevo
tipo”.
Las parejas llamadas tradicionales son las que en la
entrevista declararon que: a) la pareja debe durar aunque las personas
no estén del todo satisfechas con lo que obtienen de ésta; b) la
satisfacción emocional en la pareja no es un punto esencial; c) cada
uno tiene un papel específico, bien delimitado y estricto en la pareja y
éste depende primeramente del género; d) los roles o papeles en la
pareja son adquiridos por tradición cultural o familiar; e) los
factores institucionales como la religión, el matrimonio y los hijos se
consideran muy importantes; f) los familiares y amigos tienen gran
peso en la formación y perdurabilidad de las parejas; la sexualidad es
accesoria a la unión, pues no se considera la satisfacción como
primordial y de hecho no son temas muy discutidos en la pareja.
Estas parejas corresponden a las tres de edad alta,
sin importar sus capitales económicos y culturales, y a las de edad
baja que tienen capital cultural y económico bajo.
Las parejas que denominamos como de un nuevo tipo
son aquellas que expresaron en la entrevista que: a) la satisfacción
personal es muy importante para que perdure la pareja; b) la
satisfacción sexual tiene un papel central; c) existe la idea de que
debe haber equidad en la pareja, al menos en el discurso; d) el
componente afectivo es muy importante; e) es menos importante estar
casado por la iglesia o por el civil, es más importante tener un
vínculo emocional fuerte con la pareja; f) la relación no se concibe
como “para siempre desde un inicio”; g) el papel que desempeña cada uno
en la relación puede ser negociado y flexible; h) las tareas no se
distribuyen sólo por género; i) la unión es independiente de las
instituciones como la familia, los hijos, el matrimonio.
Estas parejas son sólo dos parejas de las nueve
entrevistadas, y corresponden a parejas de edad media y baja que tienen
capital económico y cultural alto (ambas parejas tienen estudios de
posgrado e ingresos superiores a 40 000 pesos mensuales por pareja).
Las demás parejas se encuentran en un estado de
transición, es decir, en algunos aspectos se identifican con las
parejas tradicionales, pero en otros temas, como el de la sexualidad y
la distribución de tareas y el gasto en el hogar, sus opiniones se
acercan más al nuevo tipo de pareja.
Podemos decir que los resultados de esta
investigación confirman la existencia de un nuevo tipo de pareja que
corresponde a la segunda modernidad y que se desarrolla en un contexto
social y cultural diferente al tradicional, y por lo tanto implica una
serie de cambios tanto en las disposiciones individuales como en lo
colectivo. Algunas de las características de este nuevo tipo de
relaciones amorosas es que tratan de ser más equitativas, el espacio
para el desarrollo personal es necesario, están ancladas en la voluntad
de los miembros, deben aportar un alto grado de satisfacción emocional
y el componente biográfico de las personas es parte constituyente de
la relación. Veamos.
Biografía propia, confianza y fidelidad
Una parte fundamental en la explicación de Giddens
sobre las relaciones en la segunda modernidad tiene que ver con el
componente biográfico. El individuo siente la necesidad y la obligación
de crear su propia identidad, misma que se refiere al yo entendido
reflexivamente por la persona en función de su biografía. De esta
manera, identidad, reflexividad y biografía se entrelazan para explicar
que las prácticas del individuo se continúan mientras funcionan para
el individuo. En la segunda modernidad, los individuos, desligados de
la ritualidad colectiva, son los creadores de su destino a falta de los
cánones tradicionales que antes indicaban lo que se debía hacer.
Aplicado a las relaciones de pareja, se supone que
éstas se establecen y perduran en tanto brindan satisfacción a las
partes y que la pareja sea compatible con el plan de vida del
individuo. Además, hay que señalar que en las relaciones de pareja no
se busca cualquier tipo de satisfacción, sino la emocional. Esto es
importante porque implica un cambio en la manera de sentir, en la
afectividad tanto individual como colectiva, y en la construcción de un
tipo de intimidad en la pareja que es históricamente nuevo.
El peso del componente biográfico se hace notar
durante las entrevistas; la identidad personal es construida y
negociada al interior de la pareja, así como lo son las cuestiones
importantes que construyen la relación misma, como el tipo de unión y
el nivel de ritualización, las reglas y los límites que regirán la
relación, la duración, las definiciones de fidelidad e infidelidad y
las necesidades de cada uno.
Mediante el trabajo de campo pude constatar que hay
parejas para las cuáles las cuestiones de la fidelidad o la confianza
no están definidas según la tradición. Es así, por ejemplo, que Mariana
llegó a un acuerdo con Ricardo (ver cuadro 1) sobre lo que consideran
que es la fidelidad: “yo creo que lo mío sí fue un desliz, porque fue
muy pasajero, o sea fue mucho más breve […] o sea no tuvo tantas
consecuencias y ya pasó como una experiencia que quedó ahí, y que en
ningún momento se prolongó a tal grado de poner en duda la relación que
yo tenía. Acá me parece que sí llegó a un punto de infidelidad en la
medida en que este encuentro y esta relación que tuvo él sí lo puso en
duda con respecto a la relación que tenía conmigo y en algún momento
estuvo ahí como dudando y no fue claro conmigo, sino hasta después que
todo salió a la luz; entonces me di cuenta de que él no estaba del todo
conmigo y que estaba dudando qué hacer de su vida. Eso me parece que
sí es infidelidad en la medida en que trastocó y puso en duda nuestra
relación, sí”. La fidelidad en este sentido sería por un lado la
capacidad de la pareja para tener relaciones alternas (si se diese la
oportunidad) pero sin dejar que éstas afecten la vida de pareja,
logrando que dichas relaciones paralelas sean sólo “deslices”
pasajeros, pero teniendo claro que terminarán. La molestia de la
entrevistada en este caso proviene no del “engaño” de su pareja con
otra mujer, sino de que dicha relación se volvió algo importante en su
vida y no se lo comunicó.
La confianza a la que se refieren los nuevos tipos
de parejas es aquella que deposita uno en el otro, y de la cual depende
la relación misma, que es construida día a día y tiene que ser
refrendada en momentos claves de la relación. La confianza está
referida a la certidumbre del afecto que uno tiene por su pareja y la
pareja tiene por uno, a los acuerdos de fidelidad y exclusividad, al
conocimiento de la personalidad del otro. La confianza, así como la
fidelidad, el amor, la relación misma, está construida a partir de la
reflexión individual en estrecha relación con la capacidad de realizar y
analizar la biografía o la crónica particular. Por el contrario, para
las parejas tradicionales la confianza no es algo cuestionado y la
relación dura porque están unidos, casados y tienen hijos.
Elección y decisión individual
Giddens señala que para explicar cabalmente el amor
en la modernidad es necesario tomar en cuenta la posibilidad de
elección de los sujetos entre múltiples posibilidades. Para él, cada
persona no sólo puede elegir el estilo de vida que le convenga, sino
que debe hacerlo. En la modernidad la elección se hace sin la ayuda de
los caminos impuestos por la tradición, lo que significa que el
individuo está situado frente a una amplia gama de opciones, pero no
cuenta con gran ayuda en cuanto a qué opción se habrá de escoger. El
individuo está solo y las consecuencias de sus acciones y elecciones
serán sólo responsabilidad suya.
Al respecto, podemos decir que las parejas
entrevistadas que se apegan más cercanamente a esta propuesta son las
que corresponden al nuevo tipo de pareja. Para las parejas que se
encuentran en el proceso de transición entre la pareja tradicional y el
nuevo tipo de pareja, algunas formas ritualizadas por la tradición
resultan valiosas (como el matrimonio religioso), mientras que en otros
aspectos de sus vidas prefieren hacer uso de su capacidad de elección e
ir por otros caminos. Las parejas tradicionales se mostraron muy
respetuosas hacia las formas establecidas y aun en las ocasiones en las
que hubieran podido elegir otras opciones, no consideraron que fueran
tales. Por ejemplo, Lidia y Mayra (cuadro 1) contrajeron matrimonio
cuando supieron que estaban embarazadas; Lidia aceptó casarse
inmediatamente e hizo todo lo que pudo para ocultar su embarazo antes
de la boda; Mayra decía que no quería casarse pero sus familiares
terminaron por convencerla. Ninguna de las dos consideró como una
verdadera opción continuar estudiando, abortar, vivir en unión libre o
ser madre soltera. Tampoco es probable que sus familias las hubiesen
apoyado en estas decisiones. La mayoría de las parejas entrevistadas
siguen considerando como los más viables, seguros o posibles, los
caminos tradicionales de hacer las cosas en cuanto a las relaciones de
pareja se refiere.
Según lo encontrado durante la investigación, las
parejas que tienen más posibilidades de elegir son aquellas que cuentan
con los medios económicos para sustentar dichas decisiones, así como
con cierto nivel de escolaridad. Mariana y Claudia, por ejemplo, pueden
decidir vivir en unión libre, declaran poder dejar a sus parejas en
caso de que la relación no les resultase satisfactoria, y pueden elegir
tener un alto grado de intimidad debido a que pueden pagar una casa
que no comparten con otros parientes. Mientras que Yolanda, Elena, Ana,
Lidia y Mayra no pueden elegir dejar a su pareja aunque las cosas
vayan mal, mudarse de la casa familiar u otras cuestiones porque no
cuentan con los medios para mantenerse. Todas ellas consideran, además,
que el matrimonio por lo civil y por la Iglesia les brinda seguridad y
estabilidad y las compensa de una situación precaria.
Todas estas discusiones tienen una cara
institucional y otra personal. Una pareja puede decidir, por ejemplo,
cuándo y cuántos hijos tener, pero la problemática institucional se
revela en cuanto a la falta de guarderías, horarios flexibles de
trabajo o la poca seguridad social con que cuenta la pareja,
especialmente la mujer, para atender a sus hijos y su carrera
profesional.
Nos enfrentamos a un panorama complejo; por un lado,
se supone que la pareja está en condiciones de tomar sus propias
decisiones, de construir su futuro, de vivir plenamente según sus
motivaciones individuales. Pero cuando cada uno tiene la posibilidad y
el deseo de tomar sus propias decisiones, de construir una pareja que
no esté fundamentada en la visión tradicional de relación, en la que
cada uno pueda desarrollar sus intereses y cumplir sus expectativas,
¿cuál es la posibilidad de que dicha pareja perdure?, ¿de qué depende
que dicha pareja marche bien?
Es necesario que establezcan un tipo de comunicación
que les permita discutir y argumentar sus sueños, necesidades e
intereses, que tengan el apoyo de su pareja para lograrlos, que estén
dispuestos a ceder algunos puntos, que puedan dejar de lado cosas o
actividades por el bien de la relación y que tengan los medios
económicos para realizar todo esto. Las parejas analizadas que se
encuentran en posibilidades de tomar dichos acuerdos son las que he
llamado el nuevo tipo de pareja. Para dichas parejas es muy
significativo que ambos puedan contar con tiempo dedicado a la pareja y
tengan un espacio para desarrollar sus actividades profesionales, y
que sientan que la relación es equitativa y recíproca. Para que esto
sea posible es necesario que puedan pagar a una persona que haga el
aseo de la casa y la comida, clases de arte, actividades deportivas o
una nana para los hijos, y por lo tanto no les tienen que dedicar tanto
tiempo en casa; o que desarrollen actividades profesionales de
prestigio en las cuales se recalca el papel equitativo del hombre y la
mujer en el hogar, y que éste sea valorado y bien remunerado.
Satisfacción emocional e intimidad
Como se mencionó anteriormente, la relación de
pareja tiende a volverse una relación que se mantiene en tanto que
brinda satisfacción emocional. Las parejas catalogadas como no
tradicionales opinan que la relación amorosa debe de ser equilibrada y
recíproca, que la unión puede romperse en la medida que alguna de las
partes no se sienta satisfecha; reflexionan sobre los vínculos que
mantienen unida a la pareja y su fortaleza, suponen que la relación
está fundamentada en un acuerdo y que se deben recompensar los
esfuerzos realizados por la pareja, y que existe cierta disposición a
mantener la relación por decisión más que por “inercia”. Todas estas
características son señaladas por Giddens como fundamentales para una
relación pura.
La satisfacción emocional se relaciona con la
intimidad, la privacía y el desarrollo personal; las parejas no
tradicionales señalaron que, independientemente de la vida de pareja,
es importante que cada uno conserve un espacio privado para el
desarrollo personal, que si bien es deseable que se comente al respecto
con la pareja, éste constituye un espacio de satisfacción propia, y
que forma parte de la satisfacción emocional asociada a la pareja. Por
ejemplo, Claudia señaló que espera que su pareja sea “independiente
emocionalmente, que yo no sea su mamá sino que realmente seamos lo más
parejos posible”; mientras que su pareja dijo que el amor es “el enorme
respeto hacia la persona ¿no? Es ante todo el respeto de la persona en
términos de su expresión intelectual, física, profesional,
sentimental, etcétera […] una pareja ideal sería esencialmente
cómplice, compartiendo visiones, intereses, emociones, pero que fuera
absolutamente independiente […] es reconocer en la otra persona su
capacidad de ser, su derecho de ser y que en ese sentido te involucre y
seas capaz de respetarla; que siendo ella como sea la respetas y
además te retroalimenta emocionalmente”.
El amor de la pareja existe mientras cada uno tenga
la voluntad de permanecer en compañía del otro, para lo cual es
importante cultivar el afecto, respetar a la persona, compartir
inquietudes e intereses y construir una relación recíproca. El amor es
en este sentido asociado con la intimidad, la privacía y el desarrollo
de la vida personal.
Sin embargo, no todas las parejas encuentran
deseable este alto grado de intimidad y de privacía. Para Inés y Mayra,
por ejemplo, la familia extensa es parte activa de la relación de
pareja. Inés y Diego han compartido la mayoría de sus años de pareja
con la madre de ella, que se mudó a su casa al fallecer su esposo.
Ambos dijeron sentirse cómodos en casa; además, la suegra participa de
las tareas del hogar, ayudó a la crianza de los hijos y acompañaba a
Inés cuando Diego tenía que pasar muchas horas en el trabajo. La
familia estaba conformada, hasta hace pocos años, cuando los hijos
mayores se casaron, por Inés y Diego, tres hijos y la madre de Inés,
todos acomodados en dos recámaras.
Aunque la pareja siempre ha tenido su propia
recámara, es fácil imaginar que el nivel de intimidad y de privacía en
una casa habitada por tantas personas no es muy alto; sobre todo en los
años en que alguno de los hijos era pequeño y dormía con ellos o
cuando la madre de Inés enfermó y le dejaron una recámara para ella
sola.
Sólo tres de las nueve parejas entrevistadas tienen
una vida cotidiana totalmente independiente de su familia política,
entendiendo esto como que no viven cerca de ellos o en la misma casa,
no les piden su opinión al tomar decisiones importantes para la pareja,
no pasan mucho tiempo en compañía de ellos y no dependen
económicamente de ellos en ningún grado.
Esto va en el sentido de lo que señala Norbert Elias, a saber que el proceso de civilización en Occidente implicó
necesariamente la creciente individuación de los sujetos, la separación
de espacios dentro de la casa y el distanciamiento entre las personas
entre otros factores; así como de la afirmación de Giddens y Beck,
quienes señalan como parte del proceso de la modernidad tardía la
creciente individualización y reflexividad, la toma de decisiones de
manera individual y la creación de un espacio de intimidad, tanto
personal como de la pareja.
La centralidad de la satisfacción sexual
Una de las características más notorias del nuevo
tipo de pareja observado es el papel central que juega la sexualidad en
la relación amorosa. El placer sexual recíproco y el desarrollo de las
habilidades sexuales se considera indispensable para mantener una
relación saludable, armónica y plena. De manera contraria, para las
parejas de edad alta la sexualidad no forma parte de las cuestiones
esenciales de una buena relación, mientras que para las parejas de edad
media y baja, en diferentes grados según su nivel de escolaridad,
resulta muy importante.
Según los datos obtenidos, las parejas tradicionales
tenderían más a tener cuerpos altamente estructurados, con poca
posibilidad de reflexionar y elegir los regímenes corporales, incluida
la sexualidad, mientras que las parejas en transición o catalogadas
como nuevo tipo de pareja tenderían hacia la alta reflexividad en el
diseño y concepción del propio cuerpo, así como de la sexualidad de
pareja. Esta distinción es útil para explicar, por ejemplo, el que unas
parejas se casen y tengan hijos porque la reproducción es el fin del
matrimonio y de la vida en general, y que otras decidan qué tipo de
unión desean, si tiene hijos o no, cuándo y cuántos, y qué prácticas
sexuales las satisfacen más, entre otras cosas.
La sexualidad se configura en el nuevo tipo de
pareja como un espacio de intimidad en donde se construye la confianza,
la intimidad, el conocimiento del otro, y parte fundamental de los
temas negociados por las parejas. Por otro lado, las parejas de edad
alta consideran que las relaciones sexuales son importantes en la
pareja en tanto sirven para la procreación de los hijos, pero no
mencionaron que la satisfacción de la pareja fuera esencial para la
perdurabilidad de la pareja. Las relaciones sexuales son parte de los
deberes de la pareja y su regularidad depende en gran medida de lo que
el hombre desee.
La redefinición de los roles
Uno de los cambios más notables en la concepción del
amor y las relaciones de pareja en la segunda modernidad tiene que ver
con que los roles y la toma de decisiones de cada uno sean lo más
equitativos posible. El cambio generacional se refleja en la
redefinición de los roles femeninos y masculinos, de manera que las
tareas que estaban fuertemente identificadas con un género (barrer,
trapear, lavar la ropa o trabajar fuera del hogar, ser el proveedor) se
vuelven menos identificadas con éste.
Se observa que para las parejas de edad alta las
tareas del hogar y el cuidado de los hijos son responsabilidad de la
mujer y la toma de decisiones es una facultad del hombre. En ciertas
parejas de edad media y edad baja se observa un cambio significativo en
esta repartición: las parejas tienden a compartir las actividades del
hogar y la toma de decisiones. En algunas entrevistas esto se manifestó
como una atención del hombre hacia la mujer: “mi marido me ayuda mucho
en casa, sí colabora con barrer, recoger su ropa, lavar los platos”.
Mientras que en otras se expresó como una responsabilidad de ambos: “no
es ni siquiera que él me ayude, porque eso implicaría decir que la
obligación es mía. Más bien es que es de los dos, el hijo es de los
dos, la casa es de los dos, entonces ambos hacemos”.
Es importante señalar que aun en las parejas de edad
alta y en aquellas en que las tareas del hogar son responsabilidad de
la mujer y la toma de decisiones del hombre, los gastos para la
manutención de la casa y de los miembros de la familia son compartidos.
En las parejas tradicionales, el aporte de la mujer a la economía
doméstica no le da el derecho a tomar decisiones, mientras que en las
otras parejas, sí. Podemos concluir de esto que la incorporación de la
mujer al trabajo asalariado no le da, por sí misma, la oportunidad de
establecer una relación más equitativa o más negociada, sino que esto
depende, además, de los otros factores señalados, como la edad, cierto
grado de escolaridad, de capital económico y cultural.
Si bien las necesidades de hombres y de mujeres, los
desacuerdos en la pareja en cuanto a las expectativas de cada uno, las
relaciones insatisfactorias e inequitativas, por ejemplo, no son nada
nuevo, la novedad está en su gestión, en este nivel de negociación que
se ha logrado. Esto es, presenciamos la construcción de un nuevo tipo
de pareja que depende en gran medida de la posibilidad de sus miembros
de construir una relación basada en el afecto mutuo, la equidad, la
negociación y la libertad de elección. Es necesario que tanto hombres
como mujeres estén dispuestos a mantener la relación y negociar sus
puntos de vista a fin de establecer un equilibrio entre liberación y
vinculación, el cual es responsabilidad únicamente de la pareja.
Sin embargo, es importante matizar las aseveraciones
sobre las ventajas de la modernidad y el triunfo de las relaciones
equitativas. En contextos culturales como el nuestro encontramos aún
una brecha entre el discurso y las acciones de los sujetos. Según lo
encontrado durante la investigación, existe una mayor apertura en lo
que se dice que en lo que se hace. Hay hombres, por ejemplo, que no
consideran que deben formar parte activa del trabajo doméstico pero
dicen defender la igualdad de la mujer; otros que consideran muy
importante que los hombres dediquen un tiempo regular a colaborar en
las labores del hogar y que esto forma parte de la equidad en la
pareja, sin embargo sus parejas dicen que no realizan ninguna tarea en
el hogar o que es muy difícil lograr que lo hagan.
¿Cuál es el resultado de la igualdad, al menos en el
plano discursivo, entre hombres y mujeres con relación a la
conformación de relaciones amorosas en la ciudad de México en la
actualidad? Es bastante positivo, por primera vez en la historia existe
la posibilidad de establecer una relación amorosa que no se fundamente
en la necesidad de asegurar la supervivencia, ni en el modelo que
funciona siempre y cuando el hombre se dedique al trabajo y la mujer a
la casa. Ésta es una verdadera oportunidad de establecer una relación
basada en el afecto y que sea equitativa en muchos sentidos.
Cuando la relación depende mayormente de la voluntad
de los interesados en mantenerse juntos, se vuelve en cierto sentido
más frágil. Además, influye la creciente aceptación del divorcio, las
opciones de unión alternativas al matrimonio religioso o civil (como la
unión libre) y la posibilidad de un mayor número de personas para
solventar sus gastos por cuenta propia. Todos estos factores
contribuyen a que sea relativamente sencillo disolver una unión; sin
embargo, es cierto también que una vez que las parejas se establecen,
se consolidan y logran un nivel de negociación que les permite realizar
sus expectativas, la unión se ve fortalecida y la pareja se vuelve
estable.
Notas finales
Como se expuso anteriormente, Giddens apuesta por la
distinción entre primera y segunda modernidad, y propone como tema
central la reflexividad en las relaciones interpersonales y la
democratización de las mismas. Si tomáramos el modelo en forma literal,
este fenómeno (la construcción de relaciones de pareja que incorporan
la satisfacción sexual, la negociación de las tareas y las
responsabilidades, y la toma de acuerdos en todos los rubros de la
relación) se presentaría en todas las parejas que pertenecen a las
generaciones más jóvenes que se suponen insertas en la segunda
modernidad y pertenecerían a lo que he llamado el nuevo tipo de pareja.
Uno de los hallazgos más importantes de la presente
investigación consiste en constatar que la edad de las parejas no es
factor suficiente para la llamada democratización de la pareja, sino
que ésta depende además de factores estructurales como el grado de
escolaridad o el nivel socioeconómico. En este sentido, pertenecer a la
generación de la segunda modernidad es el factor inicial para la
construcción del nuevo tipo de pareja; sin embargo, las ventajas y
gratificaciones de la construcción de una pareja más equitativa no es
una opción para todos.
En lo concerniente al uso de la modernidad y segunda
modernidad como categorías para el análisis, existe un debate
inconcluso acerca de si es posible aplicar dichos modelos a las
realidades latinoamericanas e incluso si pueden aplicarse a las
sociedades europeas. La presente investigación permite aseverar que si
éstos se toman como modelos, como guías heurísticas de investigación,
es posible caracterizar momentos históricos y explicar cambios o
transiciones sociales. Sin embargo, deben considerarse sólo modelos,
tipos ideales para caracterizar un antes y un después en la historia de
las sociedades, pues si se toman literalmente son demasiado rígidos y
no permiten explicar ni caracterizar fenómenos que suceden en nuestras
latitudes.
Por medio de la distinción entre primera y segunda
modernidad fue posible confirmar un cambio social en las generaciones
más jóvenes, aunque éste no se da de manera generalizada para todos los
grupos sociales. La reflexión va en el sentido de que es necesario
“adaptar” los modelos o las propuestas teóricas en dos ejes: en cuanto a
las particularidades nacionales y en cuanto a las especificidades de
cada grupo social.
En esta misma lógica es necesario hacer otra precisión. Algunas de las
grandes teorías sociológicas, como la de Anthony Giddens, son propuestas
que no hacen una distinción explícita entre grupos sociales o
características particulares. En el caso de esta investigación fue muy
importante la realización del trabajo empírico ya que permitió dar
cuenta de fenómenos específicos para cada grupo social. Si se tomara la
propuesta de Giddens sobre la construcción de relaciones puras tal cual
está formulada se podría suponer que todos los grupos sociales
estarían en condiciones de establecer dicho tipo de relaciones; por
medio del trabajo de campo podemos observar cómo ésta es una
posibilidad real sólo para el grupo de las parejas de las dos últimas
generaciones estudiadas siempre y cuando tengan cierto nivel educativo,
cierto capital cultural y un determinado capital económico.
Natalia Tenorio Tovar
Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco.
“La perdurabilidad
de las relaciones amorosas en la ciudad de México del siglo XXI”, México, 2009.
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